La industria del vino sólo crecerá si crece su impacto en la sociedad.

De nada sirve labrar un puñado de viñas, vendimiar unos cuantos kilos de uva y elaborar algo de vino si solamente hace feliz a los cuatro colegas que estamos en esto. Si la escena se mantiene endogámica y mirándose el ombligo. Hay que salir del círculo y explorar otros. Abrir las orejas, escuchar más y dejar de ser tan protagonistas donde no pintamos nada. Y todavía pintan menos los que siguen con los mismos discursos.

 Coger de la mano a esa chavala que funde su nómina en pedidos de Shein y ofrecerle un fresco porrón de clarete. Contar al técnico de Guayaquil que te revisa la caldera que si quiere ir un domingo con la familia a comer unas chuletillas al templo y mimetizarse con su nueva patria. Ponerlo fácil - también económicamente - a esas mismas visitas que carecen de transporte para poder desplazarse hasta la bodega. Dejar bien claro en el bar de vinos a primera vista el precio por copas y botellas que se pueden pedir. Crear lazos, unir puntos, contar nuevas historias, reirnos de nosotros mismos.

Lo mejor sería - total seriedad en este punto - es preguntar a los técnicos y expertos del sector qué harían para vender más y mejor y hacer todo lo contrario a lo que recetan.